Conocer la historia de un lugar nos enseña a comprender nuestra forma de ser.

Edad Media

Una vez que la ciudad de Córdoba fue asaltada por los cristianos en el año 1236, cabe pensar que la Qannit musulmana fuera conquistada por las tropas cristianas poco después, hacia la primera mitad de 1237, pues el 8 de julio de ese año el rey Fernando III donó Cañete a Córdoba junto con los castillos de Cuzna, Niculao, Espiel, Dar al Bacar y Alcolea.

Durante algunos años la villa estuvo en poder de la Orden de Calatrava, al menos hasta el año 1245, ya que el 31 de diciembre de ese mismo año Fernando III otorgó por privilegio rodado a Fray Ordoño maestre de la Orden de Calatrava, la villa de Priego a cambio de una serie de núcleos que pertenecían a ésta: Monfrag, Belmez, Cuzna, Vada y Cañete, reintegrándose Cañete al alfoz de Córdoba.

En 1260 le fueron asignados términos a la iglesia de Cañete y en 1293 el concejo de Córdoba se vio obligado a cederla a instancias de Sancho IV a Alfonso I Fernández de Córdoba, que fue el primer señor de la villa.

Se constituía así en base fundacional de los señoríos de esa familia poderosa cordobesa, aunque su posesión no fue completa en un principio, ya que Córdoba se reservó una serie de privilegios especialmente los relacionados con el ejercicio de la justicia. Un nuevo hito en el proceso de la formación del dominio señoríal lo encontramos en el privilegio otorgado por Fernando IV en julio de 1306 por el que concedía al titular del señorío facultad para juzgar todos los pleitos que acontecieran en sus términos sin necesidad de acudir ante los tribunales de Córdoba.

El régimen jurisdiccional completo se logró cuando Enrique II, en julio de 1370, confirmó a Gonzalo Fernández de Córdoba la autoridad señoríal completa sobre Cañete. Desde entonces Cañete quedaría incorporada  a la amplia demarcación jurisdiccional del Señorío de Aguilar que a fines de la Edad Media se convirtió en el de mayor extensión del reino de Córdoba y en el mayor poblado.

Bajo el gobierno de los Fernández de Córdoba, Cañete pasó de ser una simple torre y aldea a una villa bien poblada y dotada a comienzos de la Edad Moderna de una interesante normativa municipal, a lo que habría que sumar determinadas garantías y protección que ofrecía esa sujeción al poder señoríal entre las que incluían ciertas ventajas fiscales que no disfrutaban otras localidades de realengo. El desarrollo económico fue notable y estaba basado fundamentalmente en una rica agricultura y un activo comercio, favorecido por el marco institucional de dos ferias anuales, así como una floreciente explotación ganadera protegida por la mesta local.

Época Moderna

La casa de Aguilar se verá recompensada con la concesión del título de marqueses de Priego, otorgado por los Reyes Católicos el 9 de diciembre de 1501, que recayó por primera vez en la figura de Pedro Fernández de Córdoba II. La máxima autoridad en la villa era el señor, derivada de sus facultades jurisdiccionales y de la posesión de la tierra. Dichas facultades le permitían ordenar la recopilación y redacción de ordenanzas municipales como las realizadas entre 1520 y 1532, nombrar a los oficiales concejiles, a sus alcaides, ser juez supremo y poseer la fortaleza de la villa.

Las ordenanzas de Cañete, fueron redactadas en 1520 por orden de Lorenzo Suárez de Córdoba y Figueroa, marqués de Piego, ponen de relieve la importancia que el sector agropecuario adquirió en esta población. Al margen de numerosas disposiciones sobre ganados y tierras (entre las que cabe citar las sanciones impuestas a quienes entraran en las viñas a coger uvas, higos y otros frutos; la obligación que tenían los dueños de heredades de cultivar los eriales; las sanciones para quienes segaran y robaran la cebada ajena; la regulación sobre comida de las diferentes especies animales en los rastrojos; o la prohibición de entrar en los cultivos a diversos tipos de ganado), destaca en ellas un cuerpo de normas sobre la mesta de los ganados de la villa, donde se tratan asuntos como la obligación de celebrar tres mestas o reuniones anuales, la de contar con una relación de las marcas de todos los ganados de Cañete o la que tenían los pastores de apartar de sus rebaños las reses enfermas a fin de que no pudiesen contagiar a los demás.

Pero en Cañete, lo más significativo es que el señor poseía 12.156 fanegas de tierra en el término municipal, distribuidas en 40 cortijos y algunas hazas sueltas en el ruedo de la villa, lo que supone el 79% del total del término. Estas tierras eran explotadas a través de arrendamientos, renovables cada 3 o 6 años. El marqués de Priego obtenía, además de otros ingresos en Cañete de las Torres derivados de la fiscalidad y los monopolios señoríales.

El gobierno municipal estaba a cargo de un concejo presidido por un alcalde mayor, con título de corregidor a partir de 1732, que podia ser al mismo tiempo alcaide de la fortaleza. Lo formaban un número variable de regidores, que osciló entre 7 y 11 su número bajo a 2 y 4; dos jurados, aunque en ocasiones hubo tres; un alguacil mayor, un fiel ejecutor y un alferez mayo. Todos tenían voz y voto en cabildo y eran nombrados por el marqués de Priego. En esto hay que hacer la excepción de los alcaldes ordinarios, elegidos hasta mediados del siglo XVII mediante sorteo entre los contiosos de la villa. A partir de ese momento el concejo elegía cuatro y la propuesta se enviaba al marqués de Priego, que de ellos, nombraba dos. Todos los oficiales concejiles pertenecían a la elite local.

En Cañete hay que destacar la celebración de cabildos abiertos. A estas reuniones convocadas por el alcalde mayor y pregonadas en la plaza pública, se llamaba a todos los vecinos a toque de campana; en ellas se decidía todo lo relacionado con la administración de los bienes comunales, especialmente la Dehesa común, de cuyo arrendamiento se obtenían los ingresos para hacer frente a los gastos de la hacienda local, tanto los derivados de la presión fiscal ejercida por la hacienda real y del reino como de los derivados de la vida económico local, que los bienes propios no podían costear porque eran pocos y estaban continuamente embargados.

La economía de Cañete de las Torres en la época moderna fue predominantemente agraría, basada en el cultivo de cereales de secano, seguido aunque en mucha menor escala por el olivo, la vid y algunas huertas.

De la importancia de la ganaderia da fe la presencia de una mesta local, regulada en las ordenanzas municipales. Parece ser que el ganado más numeroso era el lanar, seguido por los de cerda y labor.

Durante los siglos modernos Cañete atravesó períodos de bienestar y de crisis. A fines del siglo XVI la villa tenia 1.468 vecinos; en 1679 unos 1008; en 1694 sólo 585 y en 1752 unos 725. Aunque estas cifras solo se refieren a cabezas de familia, evidencian un fuerte descenso de población durante el siglo XVII, del que la villa comienza a recuperarse lentamente a mediados del siglo XVIII.

En este brusco descenso de la población influyeron las malas cosechas; las epidemias de peste especialmente, la de 1601-1602; la expulsión de los moriscos entre 1610-1612, que supuso para la villa una pérdida de 216 habitantes; la emigración a América y las levas para las continuas guerras de la monarquia española.

Todo esto, unido a una fuerte presión fiscal y una desequilibrada estructura de la propiedad de la tierra la mayoría, en poder del marqués de Priego y de eclesiásticos forasteros, explican que la villa viviese a partir de fines del siglo XVI una crisis permanente en todos los aspectos de la que sólo se recuperaría, y muy lentamente, en el siglo XVIII.